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"Caché" de Michael Haneke - Seminario de Cine Haynes + Haneke + Herzog

Actualizado: 20 mar 2019

REFLEJOS DE UNA VIDA ANTERIOR

Por Gustavo J. Castagna

El matrimonio que conforman los personajes jugados por Daniel Auteuil y Juliette Binoche, profesionales exitosos ambos y con un hijo viviendo la etapa adolescente (siempre conflictiva), junto a sus rutinas e idas y vueltas cotidianas, cambiará de un momento a otro, de manera inusitada, acorde a las preocupaciones temáticas y formales de ese cirujano sin anestesia de la sociedad moderna llamado Michael Haneke.


Hasta acá, la frase precedente anunciaría una continuación no declarada de FUNNY GAMES (en su versión germánica de 1997), ya que la tranquilidad y el confort económico y social de una pareja se vería obturado por la llegada de un invasor, de algo lejano a ese mundo legitimado. Pero no, el paisaje ahora es diferente: se está en una gran ciudad con su movimiento diario, a distancia de aquel paraje acogedor de FUNNY GAMES y, más que nada, la invasión a la privacidad no le corresponderá a dos chicos fanáticos del golf sino que empezará a producirse con el envío de unas cintas de video y de unos dibujos que alterarán las existencias de Georges (Auteuil), Anne (Binoche) y su vástago. En realidad, ya desde el inicio de CACHÉ (ESCONDIDO) (2005), con los mismos créditos de presentación, Michael Haneke construye un plano fijo que se traduce visualmente en una cámara filmando la fachada de una casa. Vaya manera de comenzar la película: prologar la historia a través de un “plano mentiroso” donde aquello que se cree como tal está siendo observado, vigilado y hasta controlado por alguien (o algo) ubicado fuera de la casa, que no es otra que la morada del matrimonio y su hijo.

En esa (des)confianza de Haneke hacia el mundo, el relato de CACHÉ profundiza los motivos por los cuales una familia es acosada e vigilada. Muy distinto en cuanto a postura si se recuerda a los dos jóvenes de FUNNY GAMES, quienes no ofrecían razones visibles para volcar sus maldades a la familia invadida, el pasado de Georges (o algunos hechos de una vida anterior), cobrarán protagonismo dentro de la trama. Por supuesto que los miedos y temores, las preguntas sin respuestas, las pequeñas alteraciones en el devenir cotidiano (el trabajo de él como periodista; las amistades de Anne; la educación del hijo en el colegio), se verán socavados por lo impensado, por algo inasible, que no se sabe de dónde proviene, que en primera instancia se transmite a través de videos y dibujos y que más tarde se corporizará en las culpas y responsabilidades del padre de familia y el recuerdo de un pasado inquietante.

En ese sentido, CACHÉ es una de las películas más políticas de Haneke, pero no desde el discurso directo sino a partir de la sublimación del mundo político hacia los temas que le interesan al director. Como había ocurrido en CÓDIGO DESCONOCIDO (2000) y sucedería luego en LA CINTA BLANCA (2009), aquello considerado “político” es ubicado por el director en las adyacencias del conflicto central, en la periferia del asunto principal, en los bordes de esas historias en donde al espectador se le transmiten los males de este mundo. Por eso, las últimas tomas de CACHÉ certifican que los temores continuarán a la vuelta de la esquina: Georges apaga las luces de la habitación y decide dormir quién sabe hasta cuándo, en tanto, su esposa continuará su existencia sin que se le respondan todas las preguntas. Pero el último plano será el que vuelva a atemorizar a propios y extraños; un plano similar al del inicio, con el encuadre llevado a la perfección y con el propósito de seguir con una investigación y una vigilancia que aparenta no detenerse jamás

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