EL LADO OSCURO DE LA VIDA
Por Gustavo J. Castagna
En un festival marplatense de hace una década, conversando con un colega sobre los mejores directores contemporáneos, y al invocar el nombre del alemán Michael Haneke, una frase circundó la simpática y cinéfila charla: “no, jamás invitaría a Haneke a tomar un café, ni loco” ¿Por qué no?, pregunté.
El colega, claro está, sacó el manual de la corrección política como mecanismo de defensa oponiéndolo al catálogo que caracteriza al cine del realizador nacido en Münich hace 73 años: es un tipo jodido, no confía en el ser humano, muestra aquello que no se ve en (casi) todo el resto del cine, le encanta profundizar y regodearse en la crueldad, el dolor, el sufrimiento, el malestar de los individuos y de una sociedad determinada, etc, etc. Entonces, otro colega que andaba por ahí, respondió con énfasis:”si es así, al contrario, lo invitaría no solo a tomar un café sino a compartir una cena para que me explique los motivos por los que él observa de tal manera al mundo y a la gente”. Debo aclarar, como cierre de la anécdota, que comparto la idea del colega-intruso que invadió un espacio privado (es decir, una conversación): invitaría a cenar a Haneke pero luego del postre y el café, cada uno tomaría un taxi o un colectivo diferentes.
Más aún, en las entrevistas al cineasta que empezó su carrera en cine a fines de los 80 con EL SÉPTIMO CONTINENTE, si es que se exceptúan sus trabajos anteriores concebidos para la televisión, el barbado director no deja de esbozar más de una sonrisa, una reflexión entre seria y divertida, un pensamiento que no condice con la gravedad del asunto sino que se manifiesta a través de una humorada, un matiz irónico que refleja su rostro y su pelo entrecano que no disimula el paso del tiempo. Haneke, demás está decir, es una figura consagrada en el marco de los festivales clase A, premiado en más de una oportunidad, se trate de las películas coproducidas entre Alemania y Austria, o más adelante, aquellos títulos financiados por el poder económico del cine de autor germinado desde la cultura cinematográfica francesa. Como es el caso de LA PROFESORA DE PIANO (también conocida a través de su título original: LA PIANISTA), un viaje sin retorno en la relación empírica y dolorosa entre una hija consagrada en la música, la autorturada y masoquista Erika Kohut (interpretada por la genial Isabelle Huppert, ideal para estos roles) y su madre (encarnada por Annie Girardot, leyenda de la actuación, que la memoria del cine recordará por siempre debido al papel de la prostituta en ROCCO Y SUS HERMANOS de Luchino Visconti). El joven Walter Kemmel (el actor Benoit Magimel) ingresará en la vida de la frágil pianista, momentos en que Haneke soltará los fantasmas que caracterizan a la sexualidad de Erika, acaso originados por la presencia absorbente de su madre, tal vez expresados sin obstáculos para agredir (de buena manera) al espectador burgués y conservador que disfruta (y padece) la obra de un cineasta muy particular.
La atmósfera de LA PROFESORA DE PIANO es sombría, como si se tratara de la descripción de un mundo sin salida, asfixiante, donde las formas y las convenciones que manifiestan un orden social-cultural reglamentado por el respeto hacia el otro, de a poco pero sin culpa alguna, se viera socavado por las inestabilidades emocionales de Erika, una mujer des-afectada pero acosada por el maltrato hacia el otro y hacia sí misma. La relación madre-hija de LA PROFESORA DE PIANO es altamente representativa del cine y de las obsesiones de Haneke, pero no solo a través de los roles que ocupan Girardot y Huppert en la agobiante trama. En ese sentido, en más de una oportunidad, aparecerá otra madre y otra hija que estudia música, donde la progenitora le pide consejos a Erika sobre los conocimientos adquiridos por esa veinteañera tímida e introvertida. La hija exhibe todas sus fragilidades: sufre, llora y padece las exigencias de su madre y los consejos de Erika, representando a una chica maltratada obligada a llegar a la perfección en el mundo de la música.
Películas sobre la relación entre una madre y una hija surgieron docenas en la historia del cine. Pero la mirada de Michael Haneke sobre el tema es única, personal e intransferible. A disfrutar del film, entonces. O a sufrirlo de la mejor manera que, para Haneke, es casi lo mismo.
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