UNA ACADEMIA MUY PARTICULAR
Por Gustavo J. Castagna
¿Es una comedia? ¿Negra o gris, sofisticada o minimalista, gestual antes o física, irónica y de discurso indirecto o una que apunta a la carcajada y a la risa estentórea? Es eso y mucho más el segundo largometraje de Wes Anderson, aplicado y perfeccionista desde su opera prima (BOTTLE ROCKET, 1996) con tal de construir historias, personajes, climas y situaciones que no se parezcan a una comedia standard, regida por reglas establecidas y fórmulas preconcebidas de antemano.
Para sorprender tan tempranamente, Anderson describe a un personaje límite como el de Max Fisher (el seco y adusto, brillante como siempre, Jason Schwartzman), alumno imperfecto de la Academia Rushmore, al frente de emprendimientos y concreciones extracurriculares y, al mismo tiempo, uno de los peores ejemplos históricos del prestigioso establecimiento. Pero si el paisaje que demarcan las fronteras de ese paraíso universitario es en buena parte gobernado por el torpe Max, el trípode se completa con Mr. Blum (Bill Murray, cuando todavía era un comediante original, acaso el mejor de su generación) y la bella profesora Miss Cross (Olivia Williams, de origen británico). El punto de inflexión de RUSHMORE es el amor que Max (15 años) siente por Miss Croos, pero también, la forma particular en que se maneja Mr. Blum en medio de esa hipotética pareja, ya que el millonario y malhumorado personaje, padre de dos hijos a los que odia, tampoco puede disimular su deseo hacia la profesora de pequeños alumnos.
Presentada así, RUSHMORE puede confundirse como otra película más que transcurre en una escuela de alto poder económico con tres personajes que establecen un trío con ansias románticas. Sin embargo, Anderson corre el velo de las convenciones narrativas para proponer un relato de capas superpuestas donde se materializa el humor con la tristeza teñida de melancolía, los momentos inesperados (especialmente a cargo de Mr. Blum) con la amistad que se establece entre “un padre” y “un hijo” de características particulares, la descripción de un paisaje que parece detenido en el tiempo con el humor tan representativo del cineasta, ya pautado en su opera prima y recorrido, con subas y bajas, en su filmografía posterior.
Si hay un punto en el RUSHMORE se convierte en una película única en su especie esto se relaciona con sus personajes: sinceros, honestos, emotivos pese a su falta de empatía con el espectador, estructurados de una manera ajena a cualquier legitimación social, inquietos y concretos en sus propósitos por más que incomoden al resto y a quienes los rodean. Chicos metidos en cuerpos de grandes, los personajes de RUSHMORE parecen tristes pero dentro de ellos, seguramente, les invade una felicidad que poco condice con el común de los mortales. Y allí está Anderson, con su apabullante banda de sonido (The Who, Cat Stevens, John Lennon, The Rolling Stones) que se traduce en una sensación sonora que acompaña a cada uno de los movimientos del trío central. Una música, necesaria y narrativa, que sirve como detonante para comprender aMiss Croos, Mr. Blum y Max Fisher, inolvidables criaturas del film.
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