UNA PELÍCULA DE (DES) AMOR
Por Gustavo J. Castagna
A diferencia de BLEU, acusada desde un sector de la crítica como “esteticista”, la construcción dramática y narrativa de BLANC adquiere otra clase de tonalidades, sin corrimientos exquisitos desde el uso de la luz y la música, con una historia más apegada y próxima a una puesta en escena austera, despojada y ajena a cualquier exceso visual.
Pues bien, ocurre lo siguiente: una buena parte del relato transcurre en Polonia, en la tierra natal del director, en una geografía y paisaje divorciado de una paleta cromática de tonos bonitos y de intensidades de texturas y colores.
En realidad, BLANC comienza en París describiendo una separación matrimonial: él polaco (el gran actor Zbigniew Zamachowski) y ella francesa (la muy buena actriz, también directora, Julie Delpy) y el fin una pareja donde el amor no tiene retorno desde la óptica de Dominique frente al rostro impávido de Karol Karol. De allí en más, KIESLOWSKI ubicará la trama en Polonia y, a diferencia de BLEU, circunscripta a construir a un personaje sumergido en el dolor de la pérdida, la historia de BLANC tendrá un registro de comedia agridulce, extensible hacia la tristeza y desazón que caracterizará a Karol Karol, con ese paisaje frío y desangelado que acompaña cada una de sus decisiones.
En ese punto, KIESLOWSKI se mete en la piel del ex esposo acompañando cada uno de sus movimientos y acciones: conocerá a Mikolai, un personaje extraordinario (interpretado por Janusz Gajos, rostro visible en el DECÁLOGO del director), volverá a trabajar de peluquero junto a su hermano, conseguirá trabajo como personal de seguridad, traicionará a sus jefes y superiores, se hará rico y se convertirá en un personaje engreído y presuntuoso.
Muchas modificaciones y acontecimientos sucederán en la vida de Karol Karol pero el vacío afectivo continuará circundando su existencia: la ausencia de Dominique lo llevará a tomar decisiones extremas, no insospechadas para un personaje que oscila entre la melancolía y el recuerdo de un pasado feliz y un presente exitoso desde su triunfo económico obtenido a cualquier costo, sin mirar al resto del mundo, no importándole sus posturas o elecciones relacionadas a una ética determinada.
En ese espejo afectivo y laboral en el que Karol Karol se refleja de manera borrosa y nada transparente, KIESLOWSKI desmenuza quirúrgicamente a la sociedad polaca pos caída del sistema comunista. Una sociedad que sigue transmitiendo sus tonalidades grises y de colores pálidos, con el blanco como telón de fondo (en la nieve, en especial) de un paisaje acorde a la tipología de sus habitantes / personajes. ¿Y Dominique, la ex esposa francesa que decidió la separación matrimonial? Allí BLANC dará un giro inesperado, una vuelta de tuerca sobre la pareja protagónica, una nueva mirada donde la historia se mete de lleno, pareciéndose o más que ello, a los relatos del DECÁLOGO filmado en Polonia años antes.
Allí BLANC fusiona a placer algunos instantes de esos diez films de una hora de duración para resolver el enigma de una pareja, de una historia de (des)amor a través de una ventana, de un final abierto que tendrá su plano clausura en la siguiente estación, en el cierre de la trilogía, donde KIESLOWSKI protegerá, resucitará y expondrá a sus personajes para provocar la definitiva y esperada empatía y emoción hacia el espectador cómplice que terminará agradeciendo por tanto buen cine.
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