BIENVENIDOS A LA GALAXIA LYNCHIANA
por Gustavo J. Castagna.
Como ocurre con cierta asiduidad en la historia del cine la opera prima de un cineasta anuncia un mundo, un universo que luego se expandirá dentro de una trayectoria determinada. Más aun, los cortos iniciales de David Lynch – The Alphabeth, The Grandmother- ya se manifestaban como los borradores de un pintor en imágenes, influenciado por Edward Hooper y Francis Bacon, que le rendía culto a la animación, y que además, exploraba el subsconciente tomando ejes de la escuela surrealista en plena combustión con el dadaísmo y el cubismo. Sintetizando, ya en los cortos iniciales de Lynch, Freud se iba de paseo, y la pasaba bastante bien, con la tristeza y melancolía de Bacon.
Cabría plantearse si los primeros trabajos del director, y sumado su opus inicial ERASERHEAD (Cabeza borradora), pueden calificarse convencionalmente como películas. En todo caso, los interrogantes podrían ser otros: ¿cómo hubiera sido la repercusión de Eraserhead en los años 20 en plena explosión surrealista en París? ¿Qué hubiera dicho André Breton al respecto? ¿Cuáles hubieran sido los lugares de exhibición de semejante obra? ¿Un cineclub parisino donde los surrealistas esperaban su obra maestra en imágenes? ¿Una galería de arte donde ERASERHEAD se presentaría con obras del Salvador Dalí de los inicios junto a un texto de Paul Elouard y una declaración de principios de Breton sobre aquella belle epóque de burgueses y nobles?
Pues bien, estamos hablando de supuestos imposibles de comprobar, salvo en nuestra más exigente imaginación. Un aspecto queda claro: ERASERHEAD es una coctelera visual y sonora (los textos son mínimos) donde conviven ideas procedentes de las vanguardias de hace casi un siglo junto a la mirada personal de un director en relación a un mundo sin salida, asfixiante, pegajoso, mohoso, onírico, incómodo de ver. En ese mundo de fábricas que expelen humo subyace un personaje-ícono: el azorado Henry Spencer (Jack Nance) con su pelambre post futurista que, de acuerdo a lo que se observa en imágenes, tiene una familia dis-funcional (una esposa que llora, unos suegros de temer) y un hijo por venir, que no será otra cosa que una horrible criatura de formas indescifrables. En realidad se trata de eso: es solo una cosa que llora a la hay que darle algo de comer. Pero seguirá llorando y quejándose.
Estimados, estamos ante un film de David Lynch, su primer largo. Y en su desarrollo las interpretaciones son válidas y tienen asidero. Pero si se trata de Lynch, cualquier afirmación contundente trastabilla a los pocos minutos, más aun, si él mismo se encargaría de la producción, el montaje, la música, la dirección artística de la hora y media que dura su propuesta inicial. Cinco años llevó el proyecto de ERASERHEAD, que no costó demasiado y que a los pocos días de exhibición se transformó en un film de culto. Y vendría la bendición del cine under de aquellos años, de los elogios de gente tan contrastante como George Lucas, Mel Brooks y John Waters. Todos se preguntaban de donde había salido semejante personaje de detrás de las cámaras que les había provocado más que una inquietud con la historia o no-historia de Henry Spencer. Tal vez, por ese entonces, pocos preveían que David Lynch sería uno de los nombres esenciales del cine de las últimas tres décadas.
Y todo gracias a Henry Spencer, el hijo-feto y ese sonido que tantas incomodidades provoca hasta en el espectador menos receptivo de semejantes atmósferas.
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