SALPICÓN DE SANGRE Por Gustavo J. Castagna
Mejor que las cosas resulten claras desde un principio: desconocía de la existencia de MÁRTIRES (2008) hasta hace algunos meses y casi seguramente oculté el desinterés por verla en el soporte que fuera, en la computadora o hasta en algún festival (Bafici o Mar del Plata) o muestra dedicada al género.
Pero ese desinterés culminó hace menos de un mes –reitero menos de treinta días atrás- cuando vi la película por un par de razones: 1) integra el seminario dedicado al género, 2) había llegado el momento de cumplir con la deuda, es decir, encontrarse con esa acumulación de sangre, torturas, golpes y sadismo al que conocía por notas y textos, a favor y contra, pero no debido a la hora y media que dura esta particular obra límite de la resistencia del espectador a cargo de Pascal Laugier. Eso sí, había leído bastante sobre el film cuando aún no andaba con ganas de verlo. Pese a eso, me metí de lleno con esta tendencia del cine francés por apropiarse de las raíces más sanguinolentas del género. Calvaire (2004), Frontiere(s) (2007), Haute tensión (2003) (conocida por acá como Alta tensión al momento del estreno) y L’interieur (2007) parecen ser los antecedentes mejores o desmejorados de este film demencial, de esta historia pletórica de sangre y violencia, repleta de escenas truculentas que, por momentos, dejan al término “gore” como algo inválido e ineficaz, o en todo caso, solo a la altura de un latiguillo periodístico y nada más que eso.
Convengamos que los fanatismos genéricos (y el género de terror es el más adictivo a esta clase de manifestaciones) conforma a un público reacio a la discusión, a la duda sistemática o no, a la pregunta reflexiva, al cuestionamiento que enfrenta sacarse la camiseta por un rato. Sin embargo, en más de un sitio en la red, pueden encontrarse varios análisis rigurosos sobre MÁRTIRES, con los extremismos del caso, que citan a otras películas ajenas al terror para jugar con las comparaciones (Irreversible del transgresor a “la petite bourgeoisie” Gaspar Noé y Saló o los 120 días de Sodoma de un auténtico transgresor político y artístico como Pasolini), hasta la cita a docenas de títulos genéricos de diferentes épocas, por ejemplo, tomando como origen a La masacre de Texas (1973) y así llegar a estos tiempos más cercanos. O aquellos días en los que MÁRTIRES sacudió la edición del festival de Cannes y luego produjo más de un escándalo – con el correspondiente “laburo” de marketing y promoción (que incluyeron ambulancias y primeros auxilios-) cuando la película se exhibió en la muestra anual en Sitges.
Quienes conocen la historia del film de Laugier no se enterarían de nada nuevo si en pocas líneas les describo el argumento. Lo mismo pienso que ocurre con aquellos que aun no la vieron: el efecto sorpresa, más allá de lo argumental, refiere a climas, atmósferas y violencia explícita y sangrienta que recorre (y mancha y golpea) desde el minuto uno hasta el final.
Puede decirse que la primera secuencia sorprende por su carácter eficaz e inquietante y que a los pocos minutos una joven será la responsable de una masacre familiar. Podría también decirse que ese presente criminal se relaciona con un pasado que no conviene invocar en estas líneas, que los cuerpos manchados de sangre y las paredes salpicadas de rojo actúan como mucho más que un decorado o parte integral de un plano determinado. Podría expresarse que MÁRTIRES tiene una primera parte veloz, adrenalínica y tajante como un cuchillo bien afilado, que el relato funciona dentro de sus intenciones primigenias, que el verosímil del terror funciona como matriz y no como complemento. Pero también debería decirse que en la segunda mitad la velocidad y lo efímero de la duración del plano cambian de registro por un tono más contemplativo, casi minimalista, sufrido y tortuoso, tan desgastante y (des)figurado como los golpes que recibe un personaje.
MÁRTIRES, por lo tanto, tiene un primer segmento en donde la violencia del montaje se compadece con la historia que cuenta y una segunda mitad en donde el dolor por el contacto físico se manifiesta desde la tortura y los golpes que deterioran un cuerpo. Pero también podría decirse que el final es sorpresivo o no tanto, de ahí su irrespirable autenticidad, proclive a la interpretación, al gusto de cada espectador y a su fanatismo o no por esta clase películas. Que se habla del tránsito a la muerte y de la luz que se ve o no ve. Que una secta de oscurantistas inquisidores de avanzada edad serán los que urgen por saber qué pasa en ese camino a recorrer. Y que para eso se necesita un cuerpo, una piel nueva y chamuscada, un hilo de voz que emite unas palabras, algo que dejó de ser tal para convertirse en otra cosa.
Pues bien, mucho más podría decirse de MÁRTIRES pero la mejor elección es verla o padecerla. O disfrutarla o sufrirla. O en todo caso ponerle el cuerpo y resistir a semejante desmesura.
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