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“En la boca del miedo” de John Carpenter 10 films antológicos de terror

HOBBE’S END, UN VIAJE SOLO DE IDA

Por Gustavo J. Castagna


Los años 70 y 80 habían mostrado al mejor Carpenter y a un cineasta esencial de casi dos décadas. Con obras maestras, grandes films, películas que marcaron un antes y un después, títulos que refundaron a géneros en su postura clase B o no, imágenes únicas e irrepetibles que pertenecen a la gran historia del cine, apresadas para la eternidad por el cinéfilo, defendidas por el crítico más exigente y con un espectador que reconocía a un autor con un universo personal e intransferible.


Allí están Asalto a la prisión 13, Halloween, La niebla, Fuga de Nueva York, Sobreviven, El príncipe de las tinieblas, los tv movies Alguien te está mirando y Elvis, la relectura genial del clásico clase b de los 50 en The Thing (El enigma de otro mundo), la precaria y simpática Dark Star, la adaptación de Christine sobre Stephen King.


Aunque nunca me fanaticé con Starman y Rescate en el Barrio Chino, aquellos títulos citados reafirman el concepto: Carpenter fue un cineasta extraordinario durante una década y media.

Los 90 arrancarían medio a los tumbos con Memorias de un hombre invisible (que solo vi una vez y en su momento) hasta que, contra todos los pronósticos, el viaje terrorífico, cinematográfico y literario hacia el corazón de un pueblo llamado Hobbe’s End convertirá a EN LA BOCA DEL MIEDO en uno de los mejores films del director y también de la década.


En efecto, la travesía que emprende Trent (brillante San Neill) a la búsqueda del escritor Sutter Crane (Jurgen Prochnow) condice con la época y las relaciones ¿carnales? entre el cine y la literatura (por allí se cita a Stephen King, porqué no a Clive Barker) pero también, desde la elección de la puesta en escena y la exhibición de monstruos sin forma, el fantasma de H. P. Lovecraft dice presente en más de una oportunidad.


 


Carpenter se siente a gusto con su particular estilo ya expuesto en aquellas genialidades de décadas anteriores: la construcción de un espacio cinematográfico temible hacia el espectador, las citas literarias que se expresan más tarde desde el lenguaje del cine, la eficacia en resolver secuencias en donde la podredumbre sangrienta del “gore” se manifiesta con suma elegancia y sutileza.


Esas carreteras y rutas diurnas o nocturnas de EN LA BOCA DEL MIEDO recorridas por seres siniestros que andan en bicicleta, intimidan y asustan, pero no solo por la imagen en sí misma sino por aquello se presume desde el fuera de campo. La figura de Sutter Crane, escritor diabólico o construcción mental de Trent o referencia permanente desde el fanatismo de sus lectores, ejemplifica hacia donde Carpenter dirige sus intenciones: conformar una perfecta simbiosis de literatura y cine, proponer un film clásico y moderno, escarbar en las raíces del género acorde a sus lectores convertidos en groupies fanatizados.


Si en esta década tan problemática para el género otro destacado cineasta del rubro como Wes Craven realiza Scream y mete el bisturí en el adicto a las películas de terror, EN LA BOCA DEL MIEDO, entre varias cuestiones, refiere al seguidor incondicional de esas páginas manchadas de sangre, sugerida o directa.

Pero tal vez el aspecto más interesante de este Carpenter fundamental de la década (el otro sería Vampiros de 1998) es que navegando entre las tensiones que se producen en la relación del cine con la literatura (y viceversa), y que en EN LA BOCA DEL MIEDO se explayan con elocuencia, la película deja lugar a la ironía, al humor inteligente, al matiz sarcástico que escapa de cualquier solemnidad.


Allí están, por lo tanto, las referencias a la música del dúo The Carpenters, el rostro sorprendido y alucinado de Neill, la torpe seducción que propone el personaje de Julie Carmen o esa señora encargada del hotel donde se albergará la pareja protagónica.


Carpenter, en ese sentido, obtiene una estruendosa victoria con EN LA BOCA DEL MIEDO: hacer una película de terror con alguna pizca de humor que nunca cae en la sátira directa ni en la parodia como pereza narrativa.


Tal vez en la carcajada imparable (¿solo eso?) de Trent, en esos planos finales donde se lo ve comiendo pochoclo en el cine, se sintetice las virtudes de esta obra maestra de los años 90.



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