HERMOSAS CONTRADICCIONES
Por Gustavo J. Castagna
Cuando Tomás Gutiérrez Alea estrena en su país MEMORIAS DEL SUBDESARROLLO, el mundo estalla en mil pedazos, por acá, por allá o muy lejos. El Mayo Francés cortaba la historia en dos, el cadáver aun caliente del Che muerto en Bolivia construía el mito, Nixon en Estados Unidos seguía mandando futuras víctimas a Vietnam, la dictadura de Onganía en Argentina les pegaba palazos y torturaba a estudiantes y profesores de las universidades, en Africa surgían líderes como Lumumba, se habla del Tercer Mundo, del Imperialismo, del bloque comunista soviético y la lista de acontecimientos y problemáticas, por ese entonces, podría seguir interminablemente. El cine cubano de la revolución, con la protección del ICAIC (Instituto de Cine y Artes Audiovisuales Cubano), que comenzara sus funciones al poco tiempo del 1 de enero de 1959, ya tenía sus directores canónicos: Santiago Alvarez y Julio García Espinoza, especialmente en los documentales, Gutiérrez Alea fluctuando entre el cine urgente de tono periodístico y didáctico, narrando los logros de la revolución, y las ficciones, acaso más complejas, menos directas, tal vez poco complacientes. Qué duda cabe si se sostiene, por lo tanto, que MEMORIAS DEL SUBDESARROLLO será la gran película del director y un título esencial del cine latinoamericano de cualquier época.
Las contradicciones, preguntas sin respuestas, cinismo a cuestas, visión desesperanzada del mundo y otros interrogantes más son los que caracterizan a Sergio (interpretado por Sergio Corrieri), el intelectual burgués protagonista de la historia. Su mirada sobre el contexto es caústica, pesimista sin llegar a un nihilismo de extremos absolutos. Observa su país, a su gente, a la revolución que ya tenía casi diez años, de una manera particular: opinando, contradiciéndose, preguntando a viva voz qué lugar le corresponde en ese cuadro de situación, mientras parientes y amigos huyen al supuesto paraíso al que invita Miami. Su lugar en el mundo parece no estar en La Habana, junto al malecón y la plaza Carlos Marx, frente a los carteles y a los graffitis que hablan de la victoria desde la imagen de Fidel y del Che. Y allí es donde MEMORIAS DEL SUBDESARROLLO se transforma en una película única dentro de su categoría de cine político. Cine político pero no de barricada, cine político de extrema complejidad, cine político donde lo contextual se cruza con lo privado. Donde lo macro importa tanto como lo micro.
Gutiérrez Alea trabaja materiales de diversa procedencia (archivos, súper ocho, ficción, documental, entrevistas) construyendo un discurso democrático, plausible a diferentes interpretaciones, que nunca convergen hacia un punto único, declamativo, unívoco. La riqueza conceptual de su gran film comprende teoría y praxis, acaso algo más el primer aspecto que el segundo.
Es que Sergio se relacionaría con mujeres (en ese sentido, resulta notable el segmento donde aparece Elena, encarnada por la hermosa Daisy Granados), su casa será tasada y controlada por el Estado, verá cómo un compañero de batalla intelectual representa la cumbre del cinismo, y hasta convivirá con muchas dudas antes de llegar a alguna mínima respuesta.
Es que Sergio, como Gutiérrez Alea, hasta sus muertes (el actor falleció hace dos años y el cineasta en 1997), también fueron soldados intelectuales de la Revolución Cubana. Por lo tanto, cabría preguntarse desde qué sustento se afirma que por esos años 60 arreciaba una fuerte censura en la isla de la victoria. Si hubiera sido así, jamás existiría una película como MEMORIAS DEL SUBDESARROLLO, ni una historia tan hermética y democrática como la que plantea este título fundamental que fue premiado en un montón de festivales y elogiado calurosamente por la crítica. Inclusive, bendecida al momento de su estreno en Estados Unidos durante 1973. Pero cómo, ¿los cubanos no eran muy malos? Vaya paradoja, ¿no?
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