EL ARCA DE NOÉ
Por Gustavo J. Castagna
Y se llega al final de la trilogía de los colores. Y su creador, el polaco Krzysztof Kieślowski, luego de las tragedias y resurrecciones posteriores de los personajes centrales de BLEU y BLANC, vuelve a recorrer vivencias, estados de ánimo, pasado y presente de sus criaturas de ficción, esperanzas vanas, estímulos vitales y una permanente visión melancólica sobre un mundo ciclotímico, divagante, aprehensible y tenso en dosis similares.
La geografía es diferente a las anteriores: Ginebra, Suiza. Como siempre, un personaje central, la estudiante y modelo Valentine Dussaut (Irene Jacob) representa la bondad, las ganas de salir adelante y mirar a la vida con cierto optimismo. Pero, como también sucede en los otros segmentos de la trilogía, un hecho azaroso modificará al personaje, ya que Valentine conocerá al juez (ya jubilado) Joseph Kern (memorable trabajo de Jean-Louis Trintignant).
En ese choque de opuestos, con dos personajes en tensión que luego virarán al conocimiento intelectual y a bucear el pasado del magistrado y que, más tarde, sugerirá una relación entre ambos pese a la diferencia de edad, en esa mimética dualidad de separación y reencuentro de cuerpos, voces y afectos, ROUGE alcanza sus mejores y notables momentos cinematográficos.
ROUGE omite el dolor por la ausencia que padecía Julie en BLEU y el vacío que empezaba a vivir Karol en BLANC para describir a un personaje pleno de bondad e ingenuidad, no bien tratado por su pareja, aun intentando encontrar su lugar como modelo iniciática. Valentine interpreta el lado transparente del mundo, el deseo de triunfar pero sin prisa ni apuro alguno, las ganas de convertirse en modelo de alta reputación pero no solo a través de una cara bonita. En contraste, el juez retirado Kern encarna a un pasado tumultuoso, cargado de culpas por la misión que cumplió debido a su labor y, por si no fuera suficiente, con una actualidad mínimamente problemática para el afuera: desde hace tiempo se dedica a espiar las conversaciones privadas de sus vecinos. A un paso de lo ilegal y condenable por sus características de voyeur que invade vidas ajenas, a Kern se lo ve arisco y furioso con el mundo que lo rodea.
Allí Kieslowski establece su mirada ácida y poco contemplativa sobre un paisaje de grietas y zonas oscuras, casi sin salida, construido cinematográficamente a través de una confrontación dialéctica entre la joven y el veterano juez.
Esa mirada nihilista del director, que pareciera dirigirse al abismo sin retorno desde la óptica del ex magistrado empieza a neutralizarse por el protagonismo de Valentine, cabal representante de un presente que confronta a un pasado que carga con esas decisiones discutibles que Kern tomó en su etapa laboral.
Por eso, ROUGE juega todo el tiempo entre esos ejes contrapuestos, el pasado y el presente, la oscuridad y la luz, la desesperanza y el optimismo, la soledad extrema y la soledad cotidiana, valiéndose de dos personajes opuestos pero también complementarios.
De allí que el extraordinario final no solo de ROUGE sino de la trilogía, en donde el director se convierte en un hábil y bienvenido manipulador de las emociones del espectador, autoriza una tenue luz de esperanza ante tantos infortunios y malos momentos que vivieron Julie en BLEU, Karol en BLANC y Valentine en ROUGE.
Es que Kieslowski toma el lugar del ex juez Kern, problematizado con su pasado y su rictus nihilista sobre un mundo oscuro que conoció y del que aparentemente no puede escapar.
Pero allá estará el Arca de Noé kieslowskiano para salvar, refugiar y proteger a sus criaturas de ficción, rescatándolos de otra tragedia, instándolos a mirar a un mundo horrible pero sobre el que aun vale la pena seguir adelante sin mirar demasiado hacia atrás.
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